Capítulo 4. Poder político y discursivo
DEL LIBRO de Víctor Sampedro Blanco. 2000. Opinión Pública y democracia deliberativa. Medios, sondeos y urnas. Madrid. Istmo. pp. 69-91
"La definición de las alternativas es el instrumento
supremo del poder, los antagonistas en raras ocasiones pueden ponerse de acuerdo
sobre los temas de controversia, porque el poder está inmerso en la
definición. Aquel que determina las cuestiones políticas dirige
el país, porque la definición de las alternativas es la elección
de conflictos, y la elección de conflictos confiere poder." (Schattsneider,
1960, El pueblo semi-soberano)
El "verdadero ejercicio de poder" (Reese, 1992, p.353) consiste
en definir y jerarquizar los temas que debate la OP. Dichos temas se convierten
en iniciativas del gobierno o de la oposición (agendas políticas),
en contenido de los medios (agenda mediática) y en asuntos que preocupan
a los ciudadanos (agenda pública). Como nosotros, cada uno de esos
actores, apunta y ordena en su agenda los temas de los que ha de ocuparse,
según sus prioridades. Veremos, primero, los modelos que explican cómo
se construyen las agendas de los políticos y los perodistas. Después,
nos preguntaremos quien manda en ellas, qué grupos sociales logran
imponerles su agenda. Las respuestas posibles pueden englobarse en las tres
escuelas que analizan el poder en las ciencias sociales: elitismo (mandan
los más fuertes), pluralismo (los más representativos) o institucionalismo
(los más favorecidos por las reglas de juego que imponen las instituciones).
Emplearemos este mismo esquema en los dos siguientes capítulos para
explicar los efectos mediáticos en la OP.
La pregunta clave es si los medios contribuyen a "una desigualdad acumulativa"
(Gamson y Wolsfeld, 1993); es decir, si marginan o silencian a aquéllos
que también carecen de apoyos políticos o recursos económicos.
Para constatarlo, presento un estudio que actualiza trabajos previos (Sampedro,
1997a y 1997b) sobre el movimiento antimilitarista en España. Intentaremos
concretar los mecanismos de control en la esfera pública. Los movimientos
sociales son actores de la sociedad civil que plantean demandas novedosas
y conflictivas a políticos y periodistas. Si tienen un fuerte apoyo
popular, como es el caso que veremos, ¿pueden alterar las agendas "oficiales"?
¿Cuáles son los pasos para hacerlo?
4.1. Procesos que construyen el debate político y periodístico
La teoría de la construcción de la agenda que presento reúne
veinticinco años de estudios de la sociología de los problemas
y los movimientos sociales, de la ciencia política y de la comunicación
de masas. Los que interpelan a la OP buscan "espacios de representación
pública" (Melucci, 1996, pp.218-228) en el reconocimiento político
de sus demandas y en el debate que vehiculan los medios. Ambos son los mejores
indicadores del éxito de las movilizaciones populares. Así,
influyen en cómo se discuten los problemas colectivos y recaban apoyos.
Los politólogos analizan la agenda política en términos
semejantes a la teoría de los nuevos movimientos sociales: hay que
identificar problemas, soluciones y los actores encargados de llevarlas a
cabo. Son los mismos procesos de los marcos discursivos - formas de presentar
un problema colectivo - que emplean los movimientos y la prensa . Al concretar
estos tres procesos, amplío el modelo de Kingdon (1984) que explica
cómo se introducen los temas en las agendas de los políticos.
TABLA 4.1. Actividades y variables relevantes que conforman el discurso
sociopolítico.
I. Definición del problema social:
Datos de la relevancia social del problema
Sucesos que inciden en el problema
Argumentos que identifican causas y atribuyen responsabilidades
II. Movilización de recursos, según la estructura de oportunidad
política:
Propuesta / demanda de soluciones políticas (policies)
Comunidades de expertos y gestores
Apoyos políticos relevantes
Criterios técnicos y valores sociales
Búsqueda de portavoces oficiales en el juego político
(politics)
Resultados electorales y cambios de gobierno
Representación parlamentaria
Cooperación entre diferentes niveles de la Administración
Grupos de interés
Para construir un problema político se precisan indicadores y datos
de su importancia, que si no existen habrá que "fabricarlos".
El Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) desobedeció
las leyes de objeción y de servicio militar desde 1971 para provocar
encarcelamientos que exigiesen su reforma. Publicó las primeras encuestas
contrarias al servicio militar y las estadísticas más verosímiles
sobre el fracaso de la "mili" y la prestación social. Pero,
también ciertos acontecimientos, por sí mismos, pueden agravar
espontáneamente un problema que ya existe, manifestando la urgencia
de solucionarlo. Por ejemplo, la Guerra del Golfo sirvió para que
los insumisos capitalizasen las movilizaciones contra la Guerra del Golfo
y se cuestionase la ley de semi-profesionalización de las Fuerzas
Armadas. Y, por último, es preciso formular argumentos que atribuyan
responsabilidades e identifiquen las causas del problema, de forma que éste
parezca inevitable o justificable. De igual modo que el feminismo niega
la equivalencia mujer y ama de casa, el MOC desviculó ser joven y
recluta. Exigió con la desobediencia civil, primero, una ley de objeción
siempre más amplia que las oficiales y, después, la abolición
de la mili.
El segundo paso, la propuesta de soluciones, se ve favorecido (1) si las
soluciones se formulan en comunidades de expertos, (2) si recaban apoyos
políticos significativos y (3) si se ajustan a los criterios técnicos
y a los valores sociales imperantes. El MOC siempre contó con equipos
jurídicos, nacionales y extranjeros; logró el respaldo de
la mayoría de la oposición a las iniciativas gubernamentales;
y cuando lanzó la insumisión era consciente del claro apoyo
de las encuestas y de la posibilidad técnica de eliminar la mili.
Por último, los portavoces políticos, que respaldarán
un cambio de agenda dependen de (1) los resultados electorales y los cambios
de Gobierno, (2) la distribución ideológica o partidista de
las fuerzas parlamentarias, (3) la cooperación de los diferentes
niveles administrativos, y (4) la presión de los grupos de interés.
El MOC mantuvo lo que denominaba el "Grupo político", cuyos
miembros se entrevistaban con los representantes de los partidos. A los
gobernantes les anunciaban que desobecerían las leyes y a la oposición,
que el respaldo a sus demandas le atraería el voto joven. Lo hicieron
a nivel estatal, autonómico y municipal, buscando generar contradicciones
y debates en cada foro. Y recabaron el apoyo de un amplio tejido social
que iba desde organizaciones religiosas hasta sindicatos.
Con estas estrategias, en veinticinco años el MOC logró promover
infinidad de proyectos de ley, replantear el debate sobre las medidas gubernamentales
e impedir que éstas se desarrollasen. Son tres tareas que las organizaciones
de la sociedad civil realizan, con mayor o menor éxito: abrir, reconducir
y bloquear la agenda oficial. La tabla 4.2 establece los procesos paralelos
que forman la agenda de los medios de comunicación.
TABLA 4.2. Procesos que construyen un problema mediático.
I. Introducir el tema:
- Promotores informativos
- Cobertura del tema
- Acceso como fuente
II. Determinar el marco discursivo:
- Definir el problema políticamente
- Explicar las causas
- Identificar a los responsables
- Evaluación moral
La agenda mediática es más que la suma de las noticias, el
espacio y el tiempo que los medios dedican a los temas públicos.
Resulta crucial para la argumentación política (Weiss, 1992)
porque determina los asuntos colectivos sobre los que piensan los ciudadanos
y cómo los piensan (McCombs, 1993, p.62). De ahí, que primero
debamos identificar los promotores informativos, un término de Molotch
y Lester (1974), que reformulo para referirme a quienes despliegan actividades
y hacen declaraciones para que se transformen en noticias. Así podemos
medir el capital simbólico de cada grupo social ante los periodistas,
porque informando sobre ellos reconocen (y aumentan) su legitimidad para
presentar ante el público sus posiciones. Identificamos los promotores
leyendo los titulares y preguntando: ¿Quién hizo o dijo algo
para que el periodista elaborase la información? El MOC realizó
numerosas protestas, los políticos prometieron leyes, los jueces
condenaron o absolvieron a los insumisos...
Como señlábamos en el capítulo anterior, el periodista
puede cubrir con sus propias palabras esos hechos o dar acceso a los promotores
con citas textuales o columnas de opinión. Los activistas del MOC
fueron los mayores promotores del tema de la objeción y la mili.
Sólo ellos estaban interesados en hablar de un tema que los políticos
evitaban por su conflictividad con las Fuerzas Armadas (FAS), los dogmas
partidistas y las dificultades prácticas de un cambio de política.
Los tres periódicos españoles de mayor tirada cubrieron las
innumerables protestas de los insumisos, pero les ignoraron como fuentes
(al contrario que a la policía, jueces y políticos). Sólo
se publicó una sola columna de opinión firmada por el MOC
en febrero de 1989. Por tanto, la prensa, "cubrió" la insumisión
en un doble sentido: habló de ella pero le negó hablar.
Ahora bien, se introduce un tema en la agenda de los medios no sólo
para que se debata, sino para definirla como demanda política y que
se actúe sobre ella. No de cualquier modo. Por ello el MOC, al igual
que hacía en la agenda política, quiso que los medios siguiesen
su guión: (1) identificar unas causas, (2) proponer unas soluciones,
(3) y atribuir responsabilidades; logrando (4) una evaluación moral
positiva.
El movimiento intentaba que el servicio militar fuese cuestionado por sus
graves deficiencias y evidente impopularidad, de forma que buscasen soluciones
los responsables: los sucesivos gobiernos incapaces de frenar su deterioro.
Para ello la desobediencia civil insumisa no debía considerarse un
"delito insolidario", sino una vía de participación
democrática, no legal pero sí legítima. Vulneraba la
legalidad pero con lealtad; es decir, sin violencia, sin buscar beneficios
propios, asumiendo las penas impuestas, y apelando a los valores constitucionales
más arraigados (Rawls, 1971)
La agenda y cada uno de los puntos del marco discursivo que presentan los
medios permiten cuestionar la agenda oficial, subrayar sus contradicciones
o manifestar el desacuerdo público con las mismas. Sobre estos puntos
se enfrentan los actores implicados para imponer sus definiciones. Ahora
bien, ¿quién tuvo más facilidades? ¿Y qué
nos dicen los resultados sobre cómo se distribuye el poder de gestionar
la política y conducir el debate público?
4.2. Modelos de poder político y mediático
Dependiendo del régimen político, las noticias pueden ser
fijadas por la elite en el poder, a través de debates más
o menos libres o por la confluencia entre las formas de hacer política
e información. Son tres modelos que, siguiendo a Mann (1993, pp.49-91),
expresan tres tipos ideales de poder: el elitismo puro, el pluralismo y
el elitismo institucional o neo-institucionalismo.
TABLA 4.3. Modelos de poder sociopolítico e informativo, fuentes
de control y resultados paralelos.
ESFERA POLITICA | ESFERA INFORMATIVA | ||
MODELO DE PODER | FUENTE DE CONTROL | (a) Inactividad | (a) Silencio |
Elitismo puro | Exclusión | (b) Coerción | (b) Silencio o marginación |
Pluralismo | Movilización de recursos | Innovación política | Cobertura de protestas y/o de controversia oficial |
Elitismo institucional | Interdependencia institucional | (a) Cooptación (b) Marginación institucional del conflicto |
(a) Institucionalización de fuentes (a') Sensacionalismo (b)Indiferencia |
El elitismo puro concibe la esfera pública dominada por las clases
dirigentes. Los medios están subordinados y controlados por los dirigentes
políticos y económicos. (2) El pluralismo presenta una esfera
pública abierta al debate y a las demandas sociales, porque los medios
ofrecen una plataforma alternativa a las instituciones políticas.
Y (3) el elitismo institucional señala que el control político
suele implicar la gestión de la información, a través
de procesos institucionalizados que garantizan el control de las elites,
al tiempo que permiten cierto cuestionamiento. O lo que es lo mismo, la
construcción de la agenda, como cualquier deporte, sigue determinadas
reglas. Éstas condicionan a todos los jugadores, porque el resultado
no está fijado de antemano, pero no favorecen la victoria de los
jugadores menos convencionales: los activistas. Retomando un ejemplo ya
citado: la Liga de Fútbol tiene unos ganadores casi seguros - los
equipos más fuertes que además dominan la organización
de la Liga -, pero siempre hay la posibilidad de sorpresas.
El elitismo puro mantiene que los grupos dominantes ejercen un control gemelo
sobre la política y los medios, excluyendo las demandas contrarias
a sus intereses (Mills, 1956). Tanto el acceso político como la libertad
de expresión sufren serias limitaciones. Los gobernantes recurren
a la inactividad: no adoptan ninguna medida, vetan o demoran las decisiones
ajenas (Bachrach y Baratz, 1962). Si la protesta social no puede evitarse,
se reprime.
Los resultados mediáticos más factibles son el silencio o
la marginación. En caso de inactividad oficial, los medios amordazados
sólo pueden responder con el silencio. Los periodistas deben ignorar
las demandas que las autoridades consideran "irrelevantes" o "peligrosas".
Si hay represión, los medios convencionales la ignorarán o
la justificarán, enmarcando al movimiento como grupo anti-sistema,
extremista o sin respaldo público (Entman y Rojecki, 1993). En el
modelo elitista los medios ocultan el conflicto con el poder o lo tachan
de marginal (van Zoonen, 1992).
Estos resultados no provienen de las decisiones de los periodistas o de
sus rutinas profesionales, a no ser que compartan la ideología de
los grupos poderosos. La mayoría actúa por razones legales
- censura - o miedos interiorizados - autocensura -. En las sociedades avanzadas,
los intereses comunes y los lazos entre los propietarios de los medios y
las elites político-económicas llevarían a resultados
semejantes (Chomsky y Herman, 1990; Parenti, 1993). Por tanto, el elitismo
explica que los movimientos sociales consideren la información convencional
como desinformación. Ello no excluye, sin embargo, que "la mayoría
de los activistas sean adictos a los medios" (Gamson, 1995, p.85);
que busquen sin descanso la cobertura periodística.
Los académicos pluralistas argumentan que la distribución
de poder es el resultado cambiante de la movilización de recursos
por los grupos de interés, insertos en un sistema "incluyente"
y "relativamente abierto" (Dahl, 1961). Las exclusiones en la
esfera pública revisten, así, una importancia menor. La política
y la información responden a intereses contradictorios y diversos,
sin sesgos pre-establecidos. Las agendas surgen de abajo hacia arriba (de
los ciudadanos a las elites) en contraste al dominio elitista (que se impone
de arriba a abajo).
La información pluralista debiera reflejar o, incluso, potenciar
el impacto político de los movimientos con respaldo social. Los medios
brindarían acceso a los activistas (p.e. entrevistas, cartas al director
o columnas de opinión) y/o la cobertura favorable de sus protestas.
Esto podría fomentar un cambio político o, en su defecto,
impedir que se asentase la política oficial. Pero resulta más
factible que los medios se limiten a reflejar la controversia en boca de
los actores políticos más asentados. Aún así,
las demandas inmediatas quedarían legitimadas al recibir atención
política y mediática.
En este modelo un movimiento social movilizaría la atención
de los medios como cualquier otro recurso (dinero, apoyos, simpatizantes...).
El intercambio racional de información por publicidad (Blumler y
Gurevitch, 1981; Sampedro, 1994) encajaría aquí. "El
movimiento social quiere persuasión y los medios buscan la sensación";
por tanto, podría darse un "intercambio" (Wolsfeld, 1984)
o "transacción" (Wolsfeld, 1991). El movimiento proporciona
a los periodistas dramas personalizados, emocionales y conflictivos, de
forma que unos cuantos individuos pueden recabar una cobertura considerable.
Pero un intercambio justo resulta difícil. El pluralismo ignora la
desigualdad de recursos y considera a los medios como plataformas neutrales
para llegar a la OP.
Para promover de forma eficiente la información, el movimiento necesitaría
(1) relaciones estables con los medios, (2) una división interna
entre activistas y miembros legitimados para tratar con la prensa, (3) coordinación
de los simpatizantes para planear y mantener protestas que sean fáciles
de cubrir por la prensa; y (4) una identidad colectiva y un discurso explícito
y coherente. En cambio, "la producción autónoma y gratuita
de las formas culturales [de los movimientos] no se gobierna por los cálculos
de coste-beneficio sino por el despilfarro simbólico" (Melucci,
1996, p.359). Se realizan muchas acciones, sin un plan previo y generando
mensajes contradictorios que a veces no conducen a ninguna propuesta viable.
Además, los recursos enumerados antes suponen un nivel de "institucionalización
que rebaja, más que estimula, la acción colectiva" (Koopmans,
1995, pp.234-235). La institucionalización conlleva compromisos ineludibles
que mitigan los dicursos radicales y alejan a los líderes de las
bases.
Por otra parte, el intercambio entre movimientos y medios revela demasiados
factores periodísticos que escapan al control de los primeros o que
juegan en su contra. Kielbowicz y Scherer (1986, p.90) concluían
así su revisión de esta literatura: "la producción
de noticias apenas tiene un efecto uniforme sobre diferentes movimientos
sociales". William Gamson mantiene una postura más crítica:
"[el discurso mediático] a menudo obstruye y, sólo en
contadas ocasiones y de forma irregular, contribuye al desarrollo de la
acción colectiva" (Gamson, 1995, p.104). Estas conclusiones
hunden sus raíces en los valores profesionales y en las rutinas del
periodismo (verdaderas instituciones mediáticas). Ni los medios actúan
como canales neutrales ni los periodistas, como mensajeros imparciales.
La sociología del periodismo comparte con el elitismo el carácter
crítico, pero investiga la "lógica" institucional
(modo de proceder) de los medios y su interdependencia con otras instituciones,
sobre todo las políticas.
El elitismo institucional es el tercer y último paradigma sobre el
poder, propio de las democracias occidentales y, como demostraremos, el
que mejor refleja las relaciones actuales entre poder político y
mediático en España. Estamos llamando institución a
toda regla o convención - procedimientos formales e informales, rutinas
y normas - que organiza la elaboración de las políticas públicas
y de las noticias. Estas instituciones privilegian a los grupos más
poderosos y, al mismo tiempo, les imponen ciertos límites. Es decir,
la competición para establecer las agendas no se disputa en igualdad
de condiciones. Pero el modelo acepta resultados elitistas y pluralistas,
porque subraya las diferencias de poder y las consecuencias no deseadas
de las instituciones (Hall y Taylor, 1996). Por ejemplo, hemos visto que
los líderes suelen dominar como fuentes con acceso mediático.
Pero también señalamos que unos segundos de televisión
pueden destruir una carrera política. No existe el control total
de las instituciones y sí un margen considerable de incertidumbre.
Las prácticas estandarizadas de hacer política e información
favorecen a los actores con más recursos. Gobernantes y periodistas
siguen rutinas de interacción que tienden a marginar a los movimientos
sociales, de ahí que por lo general estén (auto)excluidos
de la política y las noticias convencionales. Sin embargo, las instituciones
también generan consecuencias no deseadas e ineficiencias (p.e. choques
entre organizaciones políticas e informativas), que pueden aprovechar
los activistas, hasta que se restablezca la posición de los grupos
dominantes. Las agendas se caracterizan por largos períodos de estabilidad
y breves fases de cambio. Las instituciones, como las agendas, reflejan
"sistemas de participación limitada sometidos a constantes modificaciones"
(Baumgartner y Jones, 1992).
La protesta popular puede cuestionar el "sesgo [institucional] en la
movilización de intereses" (Schattschneider, 1960), aunque por
corto tiempo. Después habrá nuevos equilibrios, basados en
acuerdos que preservan la posición de los actores más fuertes.
Se pueden romper los monopolios que pesan sobre el tratamiento político
e informativo de un problema social, pero pronto se remplazan por otros
nuevos. Como señala Meyer (1991), la institucionalización
del activismo social toma dos formas: la cooptación y la marginación.
Si son cooptados, los activistas trabajan en las instituciones - p.e. situando
los líderes en comisiones consultivas o programas del gobierno. El
éxito político aumenta - medido en reformas incrementales
- pero exige rebajar el radicalismo. En caso contrario, habrá marginación
institucional. Las demandas se envían a comisiones cerradas o a los
tribunales, demorando y privatizando los conflictos de la esfera pública.
Porque éstos se confinan en burocracias con procedimientos y ritmos
propios, protegidos de la presión de la OP. El gobierno, incluso,
enmascara su responsabilidad "pasando la pelota" a otras instituciones.
Muy diferentes de la competición abierta, las lógicas institucionales
tienden a favorecer a los actores más poderosos.
Las estructuras institucionales también introducen sesgos en la agenda
mediática en contra de los movimientos. La información sigue
unos "parámetros" - "rasgos epistemológicos
y organizativos de los medios" (Van Zoonen, 1996). Nos referimos a
las prácticas cotidianas del periodismo que estructuran la esfera
pública a favor de los grupos que ya cuentan con más recursos
institucionales. Las rutinas de trabajo provienen de los imperativos organizativos
de la eficiencia y el beneficio de las empresas mediáticas. Y se
reconcilian, no sin tensiones, con ciertas normas profesionales como la
imparcialidad y la objetividad (Bennett, 1996). Rutinas e ideologías
profesionales tienden a inhibir la cobertura de los temas novedosos y ratifican
los límites de la "política legítima" (Hallin,
1986). De ahí, que el control político de un problema social
conlleve, en la mayoría de los casos, también su gestión
informativa.
Los periodistas privilegian a las fuentes oficiales por razones pragmáticas:
proporcionan un flujo constante y seguro de información para redactar
"diferentes" noticias regularmente. Los actores más institucionalizados
actúan como definidores primarios de la realidad mediática,
porque son fuentes de acceso fácil y predecible. Sin embargo, los
activistas suelen carecer de relaciones estables con la prensa, mezclan
las reivindicaciones personales y públicas, y sus actividades son
inestables. Mientras tanto, el periodismo necesita "hacer rutinario
lo inesperado" (Fishman, 1998). No se puede decidir cada día
qué es noticia y qué no, dónde buscar las informaciones
o cuántas versiones ofrecer.
Además, la cobertura mediática se basa en valores profesionales
- p.e. la objetividad - que garantizan la presencia de al menos dos voces
institucionales contradictorias. Éstas le confieren al periodista
la autoridad de la que carece para hablar de la realidad social (Tuchman,
1978). Por el contrario, el activismo siempre debe probrar la legitimidad
de sus demandas y puntos de vista. De este modo, se produce una relación
de "asimetría" (Gamson y Wolsfeld, 1993). Los movimientos
necesitan a los medios más que éstos a aquéllos, porque
el periodista debe recurrir siempre a los representantes de las instituciones
más asentadas.
En suma, las agendas mediáticas son más receptivas al consenso
de las elites y a los conflictos oficiales que a la protesta social. Por
eso hablamos de elitismo, aunque maticemos con el adjetivo institucional.
Porque la lógica institucional de los medios también abre
ciertas posibilidades para la cobertura de la disidencia. Ésta puede
adoptar posiciones de consenso e interactuar con las instituciones que son
seguidas por los medios con regularidad. Otra alternativa consiste en generar
protestas e imágenes impactantes que encajen con los estándares
periodísticos del dramatismo y la novedad. Sin embargo, estas estrategias
pueden conducir a la cooptación mediática de dos formas: los
activistas convertidos en fuentes burocratizadas o en promotores de contenidos
sensacionalistas [véase la caja inferior derecha de la Tabla 4.3].
La institucionalización de las fuentes del movimiento requiere la
renuncia a los cambios radicales y la adopción de marcos discursivos
moderados. Así, los medios ayudarían a difundir (y a diluir)
las demandas de los activistas con noticias que cubriesen sus negociaciones
con los actores políticos claves. Una segunda forma de cooptación
mediática ocurre cuando los periodistas adoptan un marco sensacionalista
y los activistas acaban convertidos en una especie de "famosos".
Obsesionados con ganarse la atención de los medios, emplearían
cualquier recurso - incluida la violencia - sin reparar en el descrédito
que conlleva (Gitlin, 1980, pp. 146-178).
En este último caso, los medios subrayan la marginalidad de los activistas.
No por (auto)censura, como en el caso del elitismo puro, sino por eficiencia
y comercialismo. Las noticias más chocantes resultan más fáciles
y rápidas de elaborar que los reportajes de fondo, y venden mejor.
En resumen, la institucionalización de las fuentes exige un perfil
más moderado. Y el marco sensacionalista acarrea una pérdida
de legitimidad y trivializa las protestas.
Por último, la marginación política suele ir de la
mano de la indiferencia mediática. Se corresponde con el desplazamiento
del conflicto a los procesos burocráticos que detallamos antes. Los
medios identifican lo noticioso con lo novedoso; por tanto, tienden a ignorar
los problemas sociales que se prolongan en el tiempo. Las protestas continuadas
desaparecen pronto de los medios. Con mayor motivo si los activistas han
sido desviados a procesos institucionales tediosos, con baja visibilidad
pública y terminología técnica (p.e. juicios). El problema
social recibirá cada vez menos cobertura. Porque no hay noticia si
los conflictos no se resuelven o no conducen a un final con víctimas
y villanos (Cook, 1996).
Si el periodista pierde de vista las conexiones entre los procesos institucionales
largos e intrincados, tampoco considerará al movimiento como el actor
de un relato fácil de comprender y transmitir. Una vez más,
la noticia más simple y cómoda sigue el "rastro del poder"
(Bennett, 1996). Los periodistas citarán las fuentes y los puntos
de vista que pueden avanzar el guión noticioso. Permanecerán
atentos a las actividades de los políticos profesionales. Si los
activistas no generan conflictos entre las elites o no reformulan sus demandas,
desaparecerán de los medios. En definitiva, los medios tienden a
convertir a los activistas en fuentes burocráticas o excéntricas
(dos formas de cooptación), o irrelevantes (principal mecanismo de
marginación por indiferencia).
Hemos visto tres modelos ideales del control político e informativo
de la esfera pública. Como todos los tipos ideales, proporcionan
una matriz para organizar relaciones complejas. Sin embargo, estos modelos
tienden a parecer estáticos. Debieran entenderse como fases de un
único proceso de institucionalización, que prosigue hasta
que el activismo social resulta totalmente cooptado o marginado.
El punto de arranque sería una fase de elitismo puro, cuando las
autoridades limitan el acceso político de nuevos actores y sus posibilidades
de expresión. La inactividad oficial o la represión se solaparían
con el silencio y la marginación periodística de la protesta.
Breves fases pluralistas irían rompiendo la exclusión, reformando
o remplazando los monopolios del debate social. La atención mediática
se centraría en las demandas y protestas de los grupos antes marginados
o en las desavenencias surgidas entre las elites.
Finalmente, el elitismo institucional sucedería a esas fases previas
con tres resultados posibles. (1) La cooptación política coincidiría
con unos medios atentos sólo a las negociaciones burocráticas
entre activistas y políticos. (2) Los movimientos que recurriesen
a protestas sensacionalistas serían trivializados en los medios.
Y (3) la marginación institucional reduciría de forma progresiva
la cobertura de la protesta, por saturación e indiferencia mediáticas
ante procesos tediosos y complicados.
Para demostrar que lo expuesto no es mera terminología, veremos la
institucionalización incremental - pero no continua - del movimiento
antimilitarista que nació en 1971. El franquismo (1939-1975) se corresponde
con el elitismo puro. La transición atiende a breves fases pluralistas
(1976-1981). Y la consolidación democrática (1982-1996) refleja
una agenda mediática marcada por la institucionalización del
conflicto con el movimiento que, sin embargo, alcanzó considerables
logros.
4.3. Antimilitarismo, fases de conflicto político e información.
España puede considerarse como el primer país en el que un
movimiento social ha forzado la abolición de la leva en tiempos de
paz. En 1996 el Ministro de Defensa aseguraba que las tasas de objeción
e insumisión (las más altas del mundo) condicionaban de forma
imperativa los plazos y planes de profesionalización de las FAS .
Esto fue posible gracias a su impacto en las agendas políticas e
informativas.
[GRAFICO 4.1 POR AQUI]
El Gráfico 4.1 recoge todas las noticias publicadas por los tres
diarios con mayor tirada, según sus promotores. Es decir, activistas,
políticos o jueces actuaban o hacían declaraciones y los informadores
se hacían eco de ellas. La categoría de medios comprende las
iniciativas periodísticas para tratar el tema: editoriales, columnas
de opinión de colaboradores, reportajes amplios o encuestas propias.
El País y ABC se estudian desde mayo de 1976 - cuando nace el primero
de ellos - y El Mundo, desde su salida al mercado en octubre de 1989. El
seguimiento del trío finaliza con las elecciones de 1996. Consideramos,
así, tres diarios que difieren en líneas editoriales y audiencias.
Y presumimos que actuaron como "líderes de opinión",
estableciendo la agenda de los medios con menos "prestigio" (Noelle-Neumann
y Mathes, 1987, pp.401-404).
El gráfico 4.1 también expresa las dimensiones del movimiento
en la línea que muestra el ascenso del número de objetores
reconocidos. La otra línea horizontal representa el nivel de conflictividad
política, medida según el número de iniciativas parlamentarias
de la oposición. Comparadas ambas líneas con el flujo de información,
se confirman una tesis ya señalada: el interés periodístico
por un tema público no se corresponde con su incidencia o conflictividad
social y, sí en cambio, con los conflictos entre las elites. El clímax
de información se corresponde con los encendidos debates de la reforma
del servicio militar en 1991. Además, el Gráfico 4.1 distingue
cinco períodos (indicados por las líneas verticales) con otros
tantos modelos de agendas político-mediáticas. Veamos las
estrategias de los principales actores en esos cinco periodos.
I. Transición desde el Franquismo (mayo 1976 - diciembre 1977)
La represión franquista se convirtió en benigna inactividad
gubernamental. Un decreto de 1976 reconoció sólo los objetores
con motivos religiosos y condenaba al resto a las penas de prisión
de la dictadura. Dicho decreto no fue nunca aplicado, debido a la protesta
del MOC y la atención que recibió en El País (el triple
de informaciones que en ABC). Esta breve fase pluralista acaba cuando en
noviembre de 1977 el Ministerio de Defensa ordena la exención secreta
de todos objetores, a la espera de una ley. Dicha orden nunca fue publicada
por la Administración y su propaganda estaba penada como ofensa a
las FAS.
II. Desplazamiento del conflicto a la "agenda oculta" (1978-1984)
El generalato franquista se mantuvo casi intacto durante la transición,
por la amenaza de golpe de estado. Por tanto el gobierno remitió
el conflicto a una "agenda oculta". Se aplicaron varias amnistías
a los objetores y fueron eximidos del servicio militar hasta 1989. Es lo
que se conoce como "políticas placebo" (Stringer y Richardson,
1980) que ocultan los conflictos (encarcelamientos) sin solventar el problema
de fondo. En 1981 el gobierno de UCD preparó una ley de objeción
muy restrictiva, pero que nunca se debatió por la intentona golpista
del 23-F. No se volverá a tratar el tema en el Congreso hasta tres
años después.
Como muestra el Gráfico 4.1, la objeción fue desalojada tanto
de las instituciones políticas como de los medios. Los mandos militares
consideraban irrenunciable el servicio militar para la socialización
castrense de la población. Y la inactividad política combinaba
la inseguridad jurídica, el trato benigno a los pocos que se atrevían
a objetar y la demora reiterada de las iniciativas legislativas. Los medios,
en ausencia de movilizaciones (no había ley a la que oponerse) y
de debates políticos, guardaron silencio. Las únicas excepciones
[véase el Gráfico 4.1] corresponden a 1980 y 1983. La primera
representa la cobertura en El País del encarcelamiento de veinte
objetores que hicieron pública la orden de incorporación aplazada.
En 1983 se tramitaron las leyes de objeción del primer gobierno socialista,
único momento del período en el que los políticos son
los primeros promotores noticiosos.
III. Aumento del conflicto y del debate (1985-1988)
Vuelve una competición pluralista a los medios, con varias campañas
del MOC contra la ley socialista de 1984, que incumplía varias promesas
hechas al movimiento y endurecía las iniciativas del PSOE en la oposición.
El conficto fue remitido a comisiones burocráticas, la Audiencia
Nacional y el Tribunal Constitucional, que no fallaría a favor del
Gobierno hasta 1987. En 1989, por fin, se legisla la prestación social
y el MOC lanza la insumisión: la desobediencia a los dos servicios
para abolir la "mili".
IV. Estallido del conflicto y del debate (1989-1992)
La movilización insumisa fue abriéndose camino y alcanzó
la máxima atención mediática en las dos primeras mitades
de 1991 y de 1992. Recogían, respectivamente, el liderazgo de la
insumisión en las protestas contra la Guerra del Golfo y la primera
absolución de un insumiso. Las noticias de políticos y jueces
expresan, primero, el intenso debate sobre la reforma del servicio militar
y, segundo, la controversia despertada por la sentencia absolutoria.
V. Institucionalización (1992-1996)
A partir de 1992 el debate periodístico se contrae, porque los medios
se saturan con las protestas insumisas y la clase política afirma
haber consensuado la única solución posible: semi-profesionalizar
las FAS. A mayor énfasis de cada diario en la etapa anterior, más
acentuado es el descenso de informaciones.
En 1992 el principal promotor informativo fueron las elites judiciales,
reflejando que el conflicto se había institucionalizado en los tribunales.
Las noticias contradictorias sobre condenas, reducciones de penas y absoluciones
apagaron la atención de los medios. En 1993 se igualan las informaciones
promovidas por el movimiento y los políticos, porque el tema reaparece
en las elecciones generales y los activistas radicalizan sus acciones. A
partir de 1994 priman los promotores políticos con iniciativas que
apenas se materializarán: urgente desarrollo de la prestación
social y condenas más duras a los insumisos en el Código Penal.
Por último, en 1996 los partidos retoman el tema por su tirón
electoral. En las elecciones generales de ese año se rompen los consensos
previos y la llegada del Partido Popular al poder incluye la profesionalización
total de las FAS, como única medida de alcance nacional del pacto
de gobierno firmado con Convergéncia i Unió.
4.4. Festín o hambruna en la esfera pública
El descenso general de información coincide con el modelo de "festín
o hambruna" (Baumgartner y Jones, 1992): atención mediática
intensa hacia los conflictos, pero saturada en muy corto tiempo. Valga este
ejemplo. En marzo de 1992 la primera absolución de un insumiso a
la prestación social recibió un total de 58 noticias (nueve
promovidas por el MOC). La segunda, un año más tarde, de un
insumiso a la "mili" recabó apenas cinco noticias, muy
breves y ninguna del MOC. Sin embargo, la primera sentencia afectaba a 200.000
reclutas, frente a la segunda, que afectaba a los 40.000 prestacionistas
que cumplían servicio ese año.
En suma, los imperativos institucionales de la prensa (cobertura de fuentes
y procesos burocráticos, búsqueda de novedades) permitían
un control que hemos denominado elitismo institucional. El cierre en falso
de las oportunidades políticas cerraba también las oportunidades
mediáticas de un movimiento que, sin embargo, bloquearía la
agenda oficial obligándola a incorporar casi íntegras sus
demandas inmediatas. La indiferencia informativa hacia "la primera
campaña de desobediencia civil en España (palabras de un cargo
socialista del ministerio de Justicia) y el recobrado monopolio de las voces
políticas cerraron de nuevo la agenda. Tras el anuncio de profesionalización,
el presidente Aznar quiso presentarla como "voluntad política"
propia y requisito de la plena integración en la OTAN. Tras la cual,
aumentaron los presupuestos de defensa y España participó
en las operaciones bélicas en los Balcanes.
Creo, sin embargo, que el balance debe ser más ecuánime. Sin
la cobertura periodística el MOC no habría impulsado un debate
de esta magnitud. El análisis de los marcos discursivos de la prensa
en 1988 demuestra que el MOC, sin respaldo jurídico alguno (el Tribunal
Constitución descartó todos sus argumentos) y con escaso apoyo
político, colocaba el servicio militar en el centro del debate público.
Sin la prensa convencional, el MOC tampoco habría bloqueado los intentos
gubernamentales de mantener la leva forzosa. Toda victoria en una esfera
pública abierta es, por definición, provisional. Y los objetores
aceleraron el ritmo de las reformas, acercándolas a la OP mayoritaria.
A modo de conclusión, puede defenderse una versión "blanda"
de la hegemonía basada en el elitismo institucional. Es blanda porque
niega que las elites "manufacturan el consentimiento" (Chomsky
y Herman, 1990) de la ciudadanía, gracias a unos medios que actúan
como sus instrumentos ideológicos. El periodismo convencional no
persigue adoctrinar al público, porque perjudicaría su búsqueda
de audiencias cada vez más amplias y con poder adquisitivo. Asimismo,
no podría presentarse avalado con las normas profesionales de la
objetividad, la neutralidad y la crítica independiente. Rasgos que
en el mercado mediático funcionan como distintivos de calidad y atraen
publicidad cara. En cambio, la construcción mediática de la
realidad refleja una pluralidad muy limitada de intereses: de las fuentes
más poderosas, de los propios periodistas, de los grupos de presión
y de las audiencias más numerosas o más ricas, según
el tema (Condit, 1994). Por tanto, el debate periodístico no sostiene
una visión del mundo homogénea, ni adscrita a los intereses
de una sola elite, pero tampoco merece el adjetivo de pluralista.
El resultado no es el adoctrinamiento de la OP sino la inhibición
de sus sectores más activos pero con menos recursos. Nuestras esferas
públicas no están plagadas de consensos sino de apatía.
Los medios de comunicación no suelen obedecer las órdenes
de mando de las clases dirigentes, sino la convergencia de los (sus) intereses
más institucionalizados. Por tanto, el periodismo convencional no
sólo sigue la realidad según los debates entre las elites,
tras el "rastro del poder" (Bennet, 1990 y 1996). También
refrenda los vetos de la política oficial y, a largo plazo, olvida
y diluye las pequeñas esferas comunitarias en las que se forma la
OP crítica.
4.5. Epílogo: las últimas primarias
Quien crea que la insumisión no es un ejemplo representativo y se
interese más por la política convencional, quizás quiera
considerar el siguiente caso. Josep Borrell, el primer candidato presidencial,
elegido en elecciones primarias por los afiliados del PSOE, dimitió
en un año. Tenía en contra a la tríada gestora de la
OP: la Ejecutiva de su partido, los medios y los sondeos. Tras su dimisión,
Vicenç Navarro, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra
y asesor de Borrell, publicó una columna de opinión. En ella
se quejaba del silencio de la prensa sobre el programa de su candidato.
Un punto importante, l expansión de empleos públicos, eliminaría
el paro, "detalle que Borrell subrayó en múltiples ocasiones,
sin que los seis diarios más importantes de España informaran
sobre tal propuesta ni una sola vez. Sería impensable en EE.UU. que
si la señora Clinton o el senador Kennedy (personalidades a las que
también he tenido el honor de asesorar) hicieran estas propuestas,
los medios de información no publicaran tal noticia".
¿Por qué aquí sí? Navarro apunta al control
de los medios por la banca, cuyo "comportamiento oligopolístico"
es responsable, además, de "contribuir en gran manera al paro
en España". Es una tesis del elitismo puro. El elitismo institucional
añade que los periodistas siguieron rutinas convencionales. Aplicaron
estereotipos simplistas a una situación desconocida, y se guiaron
por las fuentes con mayor poder y las encuestas. Primero, copiaron la expresión
"efecto Borrell" del triunfo en las presidenciales francesas de
Lionel Jospin. Los medios más próximos intentaron darle entidad.
Una encuesta de El País señalaba en titulares que, tras las
primarias, el PSOE aventajaba al PP en 1,5 puntos de intención de
voto. Pero la ficha técnica del sondeo establecía un margen
de error de 2,9%. Es decir, el titular celebraba una distancia nada significativa.
Tras el primer enfrentamiento televisado entre Borrell y el Presidente Aznar,
el debate del Estado de la Nación, las encuestas señalaban
una amplia victoria de éste último. El País aplicaba
a Borrell otra etiqueta para eximirle de culpas. Había sufrido "el
efecto San Isidro": los nervios de los toreros cuando toman la alternativa
en la plaza de Las Ventas. A partir de entonces, el efecto Borrell se desinfló
tan rápido como se había creado. Y todos los medios, sin distinción
ideológica, contribuyeron a ello.
Los periodistas sabían que Borrell no controlaba el partido y se
centraron en las disputas entre su equipo y la Ejecutiva del PSOE, cuyo
candidato, Joaquín Almunia, había salido derrotado en las
primarias. Almunia y su mentor, Felipe González, se convirtieron
en las fuentes de información más requeridas. Contrarios a
los proyectos de Borrell, no difundieron las tesis de éste. Y la
lucha interna por el poder en el PSOE no permitió debatir un cambio
de programa.
Borrell dimitió como candidato a la presidencia a un mes de las elecciones
europeas de junio de 1999. La prensa hostil acusaba a dos de sus ex-colaboradores
de incurrir en delitos fiscales. Le afectaban muy tangencialmente y los
beneficios ilícitos que se le podían imputar eran insignificantes.
Pero las encuentas indicaban que Borrell no despegaba en popularidad. Algo
que no sorprende, porque no aparecía en los medios o cuando lo hacía
era peleando con los líderes de su partido. "Para no dañar
al PSOE" dimitió, pero a los dos días pidió que
no se le presentase como "el ejemplo Borrell", por dimitir frente
a la candidata europea del PP, la Ministra de Agricultura, a la que el PSOE
acusaba de encubrir los fraudes de varios colaboradores.
La propuesta de realizar elecciones primarias en los partidos españoles
parece haber sido desterrada. Las maquinarias del juego político
no quieren experimentar nuevas fórmulas de elegir candidatos con
mayor debate y participación ciudadana. Creo que este caso evidencia
que los marginados por los gestores de la OP no son marginales. Ahora nos
hemos referido a los afiliados de un partido que gobernó catorce
años y a un político que ocupó cargos de gran responsabilidad
en ese tiempo.
(1) Schattsneider, E.E. 1960. The semi-sovereign people: A realist view
of Democracy in America. Nueva York: Holt, Rinehart and Wilson, p.68.
(2) Varios artículos resumen la formación de las agendas políticas
(Elder y Cobb, 1984), de los marcos discursivos en los movimientos sociales
(Snow y Bendford, 1992) y en los medios de comunicación (Entman,
1993). Los interesados en movimientos sociales pueden consultar en inglés
Della Porta y Diani (1998); y en español a Tarrow (1994), Dalton
y Kuechler (1992) e Ibarra y Tejerina (1998).
(3) Para una bibliografía básica del nuevo institucionalismo,
además de la citada en el texto, véase March y Olsen (1989);
Powell y DiMaggio (1991; y John W. Scott (1995).
(4) ABC, 9 de diciembre de 1996; y El País, 19 de diciembre de 1996.
(5) El País, 26 de mayo de 1998.
(6) El País, 10 de mayo de 1998, pp. 1 y 15.
(7) El Mundo, 14 de mayo de 1998.
(8) El País, 13 de mayo de 1998.

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