Venezuela: ¿y ahora qué?
Carlos Fernández Liria
08 Dic 2007
En una ocasión, un periodista le pidió a Einstein que explicara
en pocas palabras lo que era la teoría de la relatividad. “¿Sabría
usted explicarme antes lo que es un huevo frito?”, respondió
éste. El periodista asintió desconcertado. “Muy bien”,
dijo Einstein, “pues entonces, explíqueme lo que es un huevo
frito pero suponiendo que yo no tengo ni idea de lo que es un huevo, que
en mi vida he visto una gallina y que no sé ni lo que es una sartén
ni lo que es el aceite”.
Sobre
Venezuela se ha mentido tanto en los medios de comunicación –y
se ha mentido de una manera tan unánime y orquestada– que se
ha vuelto casi imposible explicarse al respecto. Es imposible argumentar
nada cuando hay demasiadas mentiras de por medio. Los que hemos intentado
balbucear algo en algún debate de televisión, o los que, sencillamente,
nos hemos enredado a discutir alguna vez con cualquier lector de El País
o de El Mundo o con un espectador medio del telediario, hemos tenido la
sensación de encontrarnos en una situación infinitamente más
apurada que la de ese periodista interrogado por Einstein. Es como intentar
explicar lo que es un huevo frito a alguien que sabe perfectamente que un
huevo es una castaña, que considera demostrado que las gallinas son
canguros, que cuando dices “sartén” entiende de inmediato
“trompeta” y que por aceite hirviendo entiende helado de vainilla.
Para decir una sola palabra sobre el no a la Reforma Constitucional, ¿por
dónde debo comenzar? ¿Por intentar que se respete el hecho
democrático de que Chávez ganó las elecciones? ¿Por
demostrar que en Venezuela hay división de poderes, libertad de prensa
y libertad de expresión hasta el punto de que una cadena como RCTV,
que participó activamente en un golpe de Estado y que se hizo famosa
por sus llamadas al magnicidio, no sólo no ha sido prohibida ni su
director encarcelado sino que está emitiendo por cable sin problema
legal alguno? ¿Que el sistema de conteo de votos que los medios no
han parado de denunciar como “sospechoso” ha sido legitimado
por todos los observadores internacionales, incluido Jimmy Carter? ¿O
intento explicar a los oyentes de la Cope que los 3.000 muertos del caracazo
fueron en 1989 y que por tanto no pudieron ser, como suele decir Jiménez
Losantos, consecuencia de la intentona golpista de Chávez (en 1992)?
El intento de explicar las cosas es más difícil aún.
Uno lo da todo por perdido cuando se trata de hablar con gente que no sólo
está completamente convencida de que un huevo es una castaña,
sino que, encima, no ve ningún problema en que, al mismo tiempo,
sea un huevo. Sobre Venezuela, es cierto, hace tiempo que se perdió
no sólo la vergüenza sino también el principio de no
contradicción. Hace ya siete años una persona culta y enterada
(y que parecía, además, sincera), un ejecutivo de un banco
español que hacía transacciones con Venezuela, me explicó
que estaban muy preo-cupados porque Chávez era un dictador. Le pregunté
que por qué estaba tan seguro de ello, habida cuenta de que había
ganado limpiamente las elecciones. Dudó un momento y me espetó
que “sí”, pero que era “evidente que no tenía
intención de volver a convocarlas”. Eso lo convertía
en dictador desde ya mismo. Si no me fallan las cuentas, en los siete años
que nos separan de esta conversación Chávez ha convocado seis
consultas electorales, incluyendo ésta que acaba de perder. El otro
día, estuve hablando con dos colegas en la Universidad. Entre los
dos sumaban tres carreras, un grado de doctor y dos oposiciones ganadas,
o sea, un nivel bastante más culto que la media. Eran, por otra parte,
espectadores y lectores normales y corrientes de nuestros telediarios y
de nuestros periódicos. Los dos estaban sinceramente convencidos
de que si ganaba el sí a la Reforma, Chávez quedaba elegido
de forma vitalicia, sin necesidad de volverse a presentar nunca más
a las elecciones. Es lo que habían entendido en los medios.
Ahora, el “caudillo” Chávez, el “dictador”
que ha concentrado en sus manos un “poder absoluto” (El País,
3-12-2007), ha afrontado la derrota de la Reforma con estas palabras: “Ahora
los venezolanos y venezolanas debemos confiar en nuestras instituciones.
A quienes votaron por mi propuesta y a quienes votaron contra mi propuesta,
les agradezco y les felicito porque han comprobado que este es el camino.
Sepan administrar su victoria, mírenla bien matemáticamente.
No es que se la doy, ustedes se la han ganado. Ojalá se olviden para
siempre de los saltos al vacío, de los caminos de la violencia, de
la desestabilización”.
Así pues, no parece que la pregunta sea si Chávez aceptará
el resultado de la consulta. La pregunta es, por ejemplo, si los medios
de comunicación españoles aceptarán que Chávez
la haya aceptado. Si reconocerán que todas las mentiras y más
mentiras que durante años han soltado respecto de la ausencia de
democracia en Venezuela no tenían fundamento. Si reconocerán
ahora, cuando menos, que el sistema electrónico de contar votos era
legítimo. Si aceptarán y respetarán de una vez por
todas ahora –nunca es demasiado tarde– el resultado de las anteriores
consultas electorales, en las que Chávez obtuvo la victoria y si,
por lo tanto, dejarán de alentar desde Europa a la oposición
golpista venezolana.
Desde luego, no hay motivos para ser nada optimista. La oposición
venezolana no se resignará ni mucho menos a obtener de las urnas
lo que las urnas le han dado. De ninguna manera se resignarán a los
cinco años de mandato constitucional que todavía le quedan
a Chávez. Clamarán contra la democracia que no habrá
democracia en Venezuela hasta que Chávez renuncie. Y los medios de
comunicación españoles seguirán jaleando. Todo el entusiasmo
mediático que dio cobertura al golpe de estado de 2002 se concentrará
ahora en una nueva receta: la revolución naranja.
Carlos Fernández Liria es profesor titular de Filosofía
en la Universidad Complutense de Madrid
Ilustración de José Luis Merino
Publicado no Jornal Público – 08/12/07
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